A mi madre
Hace años que te fuiste,
años de estrellas apagadas en tus ojos,
de estrellas que ahora son topacios turbios,
años de horizontes difusos, desdibujados,
sangrando su luz violeta
sobre la comisura de una lágrima.
Años de huecos
donde cabe, como un puño menudo,
la memoria de tu risa,
que era un arroyo temprano de primavera
con su tibieza, un pájaro de pecho pardo
gorjeando en la enramada.
Años que son arrugas de tiempo, pliegues
en la cuenca del aire,
grietas donde el viento asienta un gemido
con forma de silencio.
Hace años que te fuiste,
años que van morigerando mis pesares
relativizados en la cúpula grisácea
de un asterisco en el calendario.
Años de recuerdos desvaídos
como los colores de mi infancia,
de lluvias melancólicas que lavan el trigo
que el sol había forjado con su metal precioso,
de redenciones que siembran el mar
con el fuego que palpita en el crepúsculo.
Años en que mi boca te llama repitiendo tu nombre
en el seco tañido de una campana,
años y años
de ausencias,
de cicatrices que un látigo grabó,
inclemente, sobre la pálida niebla.
Años y años embalsamados,
enmascarando el pertinaz efluvio de la nostalgia
con un fragor de cálices y corolas.
Años y años, dulce madre mía,
con tu cuerpo de espigas y uvas
ofrendado a la tierra.
(Mayte Llera, Dalianegra)
Pintura: “Winding the skein” (devanando la madeja), 1878, Frederic Leighton