y me hinca de rodillas,
gélido beso de áspid
clavándose en el oscuro pezón
de la última reina de Egipto.
Sea templado acero toledano,
dispuesto a batirse en duelos encarnizados
y a morir en lances varios,
sediento de derramarse
como derrama la luna albura
por esos valles.
Sea este amor poderoso
continente
que retiene mi poesía,
que me mengua y me acrecienta
con displicencia voluble,
que me tortura y me mata con tan sólo un silencio
o me devuelve la vida con la nimiedad de un gesto.
(Mayte Dalianegra)
Pintura: “La muerte de Cleopatra”, 1874, Jean André Rixens