viernes, 26 de febrero de 2010

CIUDAD DE TÚNEZ V (Carthage), Ruinas de Cartago I

"Dido enseña Cartago a Eneas", Claude Lorrain, (s. XVII), Kunsthalle, Hamburgo.

El barrio de “Carthage” se ubica a 17 Km al sudoeste, (pasando por La Goleta),  del centro de la capital tunecina y constituye el suburbio más elegante de cuantos la rodean, no en vano en él se encuentran el Palacio Presidencial y la sede de numerosas embajadas, así como las mansiones de la clase más adinerada.

De calles apacibles, bordeadas de buganvillas, eucaliptos y palmeras, es, además, el lugar más visitado de la Ciudad de Túnez, pues en sus inmediaciones se hallan las ruinas de la que fuera una de las grandes civilizaciones y potencias de la antigüedad: Cartago.

Si bien, la mayor parte de cuanto se ha excavado pertenece al periodo romano y no al púnico, puesto que, según cuenta la historia y también la leyenda, Roma destruyó por completo Cartago, arando incluso con sal sus otrora fértiles tierras tras la Tercera Guerra Púnica.  Lo que quizás no se sepa demasiado es que la propia Roma, poco tiempo más tarde, resucitó Cartago como un ave fénix y que los campos recuperaron su fecundidad y las ciudades su esplendor, pasando a convertirse en el granero que surtía de trigo a la metrópoli y formando parte de la Provincia Romana del África Proconsular.

"Eneas cuenta la caída de Troya a Dido", Pierre Narcisse Guérin, (s. XVIII), Museo del Louvre, París.

Una leyenda más antigua, recogida por el poeta romano Virgilio en “La Eneida”, narra la fundación de la propia Cartago por una princesa de la ciudad fenicia de Tiro, Dido, también llamada Elisa, tras huir con su hermana menor y su corte de doncellas, después del asesinato de su esposo Siqueo a manos de su hermano Pigmalión, rey de Tiro. Dido arribó en la costa de lo que después sería Cartago y allí solicitó hospitalidad y tierras al rey Jarbas, jefe de los gétulos, una tribu libia. Éste prometió concederle toda la tierra que pudiese abarcar con una piel de buey y Dido demostró  ser una mujer muy inteligente al hacer cortar la piel en tiras muy finas, que unió ente sí, y con ellas rodeó la colina de “Byrsa”, que en griego significa “buey”, fundando en este lugar la ciudad de Cartago. La misma leyenda cuenta de los amores que esta primera soberana cartaginesa mantuvo con Eneas, un heroico príncipe huido de Troya tras su destrucción por parte de los griegos, y que tiempo después la abandonaría para acabar fundando Roma, causando el suicidio de la reina, lo cual explicaría, en términos legendarios, el odio secular que cartagineses y romanos se profesaron mutuamente.

De la Cartago púnica, (que es como los romanos denominaban a los cartagineses), pocos restos quedan, pero de la ulterior reconstrucción de la ciudad, como parte integrante de la provincia romana de África, sí que podemos admirar ruinas, diseminadas en un amplio radio y ubicadas en este barrio residencial.

La visita se suele comenzar  por las Termas de Antonino y el yacimiento arqueológico circundante, que ocupa unas cuatro hectáreas y linda con el Palacio Presidencial, el cual está terminantemente prohibido fotografiar.

La entrada se encuentra en la zona de las Termas de Antonino, (lugar que dispone de aseos) y permanece abierta de 8 a 19 horas en verano y de 8,30 a 17 en invierno. La entrada es de pago y es posible adquirir una entrada conjunta que permite visitar varias ruinas, monumentos y museos, en el plazo de unos días, por un precio más reducido.

El parque arqueológico se compone de senderos  cruzados según los antiguos “Cardo” y “Decumanus Maximus”, pero enmarañados con la vegetación y con las ruinas dispersas entre la misma. En esta primera entrega se mostrará sólo el área aledaña a la entrada.

Franqueando la citada entrada, a la izquierda,  podremos ver una capilla funeraria de tipo hipogeo, (subterránea), de época paleocristiana, (s. IV), perteneciente al abad Asterius. Formada por una bóveda de cañón, consta de ábside y posee un mosaico pavimental con motivos geométricos y zoomórficos.

Ruinas de Cartago, Parque de las Termas de Antonino. Capilla de Asterius.
Capilla de Asterius, loseta de terracota con un león que decora la entrada.
Capilla de Asterius, interior de esta capilla funeraria.
Capilla de Asterius, interior, con el pavimento musivo. 
Capilla de Asterius, interior, detalle del ábside.
Más al suroeste, siguiendo un sendero delimitado por palmeras, se encuentra la llamada “escuela”, aunque también podría tratarse de una villa del s. IV d.n.e. (los expertos no se ponen de acuerdo). En estas ruinas se pueden observar los restos del peristilo o patio central ajardinado, y también su atrio trifoliado, (con forma de trébol), donde antes había un interesante mosaico pavimental que ha sido trasladado al Museo del Bardo.

 La escuela, del s. IV d. n.e.

Otra vista de la escuela.
La escuela vista desde el flanco norte.

 Al noroeste de la escuela o villa, había dos basílicas paleocristianas o bizantinas, de las cuales sólo se conservan restos apreciables de una de ellas, la de Dermech I, del s. IV también. Se distingue fácilmente por los fustes de sus columnas. Estaba formada por cinco naves y poseía un baptisterio anexo.  Se han encontrado vestigios de otra basílica dentro de este parque arqueológico y se sospecha de la existencia de una cuarta. De hecho, se sabe que en la Cartago cristianizada existían veintidós basílicas.

Basílica paleocristiana de Dermech I, s. IV.
Basílica paleocristiana de Dermech I, compuesta de cinco naves y ábside.
Basílica paleocristiana de Dermech I, vista del  ábside.
Basílica de Dermech I, vista del ábside desde los pies del templo.
Basílica paleocristiana o bizantina de Dermech I, vista del baptisterio.

Ascendiendo hacia el norte se halla la necrópolis púnica, con sepulturas muy antiguas, del s. VIII a.n.e., (antes de nuestra era), si bien la mayoría datan de los siglos VII y VI a.n.e. Muchas de las sepulturas son hipogeos, panteones subterráneos compuestos de grandes bloques pétreos o de fosas donde descansaban los sarcófagos de piedra o los ataúdes de madera. La necrópolis se extiende por un área bastante extensa, si bien se concentra sobre todo entre la intersección del cardo XVI con el decumanus IV. La mayor parte de las sepulturas contenían ajuares funerarios de cerámica, máscaras y estatuaria, que se exhiben ahora en el Museo del Bardo.

Ruinas de Cartago, Parque de las Termas de Antonino. Necrópolis púnica con un hipogeo, s. VIII a. n.e.

Vista de las fosas de la  necrópolis púnica.
Un sarcófago romano en la necrópolis púnica. Este cementerio fue utilizado en época romana también.

Retornando a la zona central del yacimiento arqueológico, se verá otra capilla funeraria bizantina o paleocristiana, también subterránea y decorada con un bello mosaico pavimental, de “opus tessellatum”, con tema floral.

Ruinas de Cartago, Parque de las Termas de Antonino. Capilla paleocristiana o bizantina.

Estela funeraria en el nártex de la capilla bizantina.
Detalle del interior de la capilla bizantina, con otra estela, restos de friso y el mosaico pavimental.
CONTINUARÁ…

Adjunto enlace al vídeo de un aria de la ópera "Dido y Eneas", que he publicado en mi otro blog "POEMAS Y POETAS":

THY HAND BELINDA (Dido y Eneas, Henry Purcell)


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viernes, 19 de febrero de 2010

CIUDAD DE TÚNEZ IV (La Goleta)

La Goulette (La Goleta), es un arrabal de la Ciudad de Túnez, situado a 10 Km. al sudoeste de la misma, a medio camino entre la metrópoli tumultosa y los barrios periféricos de alto standing de Carthage y Sidi Bou Said.

Bañada por las aguas a dos frentes: a un lado el Mar Mediterráneo, que se remansa en el Golfo de Túnez y al otro la Laguna del Behira (lago de Túnez), que significa “pequeño mar”. Esta cualidad doblemente acuática ha propiciado el destino marinero y popular de este entrañable antepuerto, que es el puerto de la Ciudad de Túnez, y que constituye el principal del país, si bien en la actualidad su función como puerto mercante se ha desviado al puerto de Radès y se le utiliza sólo como puerto pesquero, deportivo y turístico.

Quizás nos encontremos ante uno de los suburbios más auténticos de la capital tunecina, no en vano, su estética es una mixtura entre la de cualquier barriada obrera europea, heredera de un pasado colonial y una abigarrada localidad oriental. Las bulliciosas calles se bordean de infinidad de comercios coronados por rótulos de neón de todos los tamaños y colores imaginables, en constante y mutua pugna por atraerse la clientela local. 


El nombre de “La Goleta” (“La Goulette” en francés),  no deviene del de la embarcación homónima, sino que deriva del nombre árabe “Halk al-Wädï”, cuyo significado es “gola de río”, que no es otra cosa que un canal o ría, como la que discurre entre esta población, ubicada a orillas del Mediterráneo y el lago de Túnez,  y que antaño servía para dar salida al mar al estaño tunecino.

De agitado pasado histórico, fue ocupada por los turcos, conquistada por los españoles de Carlos V y reconquistada nuevamente por los otomanos.

En el s. XVIII recibió inmigrantes procedentes de Malta y Sicilia, para, en el XIX, tras la firma de un tratado entre Túnez e Italia, admitir la entrada masiva de italianos, que convivían pacíficamente con la población autóctona musulmana y con una importante comunidad hebrea.

Esta tolerante convivencia de tres culturas y religiones, se reseña en la película de 1995 “Un verano en la Goulette”, del tunecino Férid Boughedir, donde también se refleja el exilio que hubieron de tomar los tunecinos de origen judío e italiano tras la resolución de incautación de bienes, ordenada en 1967, por el entonces presidente de Tunicia Habib Bourguiba, tras la “Guerra de los Seis Días” que enfrentó a árabes e israelíes. En este filme de culto también hace su aparición, como estrella invitada, la actriz Claudia Cardinale, nacida en este barrio en 1938.

Hoy en día La Goleta desborda encanto, sobre todo en época estival, cuando se puede disfrutar de su larga playa o de su vida nocturna, con restaurantes y  tabernas que, a la luz de los farolillos, ofrecen el “complet poisson”, un plato de lubina fresquísima acompañada de tomates y patatas fritas.


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miércoles, 10 de febrero de 2010

BUSCO EN TUS MANOS


Busco 
en tus manos
las espigas doradas
que las mías sembraron,
en tus ojos,
un horizonte nevado de lirios,
en tus labios,
el sabor urente de las guindillas.

Encontrarás en mí
las rutas secretas
que extienden sus aromas
de frutas y cereales,
y la madera 
que se rinde al hambre 
de las llamas
cuando la luna de agosto
baila sus noches azules
sobre los cañaverales.

Ven a mí
y piérdete
en la médula
del capullo de rosa
y en la alquitara
que destila el arrebato.

Invócame
con sagrada devoción, 
asómate al lustre 
de mi carne húmeda
y sublima tu furia 
en la dulzura de mi vientre
y en mi encendido pecho.

Deja que partan, nómadas,
nuestros gemidos.

(Mayte Llera, Dalianegra)

Pintura: "L'Aurore" (La Aurora), 1881, William Adolphe Bouguereau

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