Si sientes que el corazón
te aprieta los poros,
despégate del suelo,
deja que levanten vuelo tus alas,
las de liviana pluma,
las de blanca pluma
de garza,
las que no permiten
que la boca de la tormenta
alcance los innúmeros paraísos.
Deja que una brisa azulada temple tu frente,
tu frente poderosa de basalto,
y cierra los ojos,
divisa el paisaje de tus párpados,
el riego reticular de los capilares
que fertilizan tus retinas
y las transforman
en exuberantes vergeles,
en jardines de mandrágoras.
Si todavía así
sientes que crepita la llama
del desamparo,
penetra en tus abismos,
los que conducen a tu núcleo de fulgores
sin sombras,
ese cuyas membranas
aún conservan huellas de manos infantiles,
aún conservan sonrisas inocentes.
No te detengas, prosigue
tu incursión y evita las marejadas,
la conspiración de las centellas,
la palabra mercenaria que se adosa al oído,
los demonios coronados de pétalos,
los amuletos y los escapularios.
Evita todo eso y más que encuentres
allá donde tus pies hallen senderos.
Evita la maldición de la memoria
cuando te abra en llagas,
y evita la soledad de la muchedumbre.
Camina sobre la hierba dócil
y llega,
aunque tengas que hacer uso del atajo,
aunque tengas que emboscarte
entre las rosas.
Arriba a la costa que lleva por nombre
tu mismo nombre
y, cuando lo hagas, fondea.
(Mayte Llera, Dalianegra)
Pintura: "La partida de los argonautas de Yolcos" (1487), atribuido a Pietro del Donzello