sin haber sentido
—ni durante un segundo—,
la deslumbrante llamarada del sol.
Duro morir en la oscuridad de las barricadas,
iluminadas ocasionalmente
por el centelleo de los obuses.
Duro morir por el túnel
que excava en la carne una bala sin destino,
o por el que abre
—inmisericorde—,
el gélido filo del cuchillo vengador.
Qué duro es morir
en la frontera de la desesperación,
morir cuando la vida conduce
al lindero de la angustia,
cuando el salto al vacío
se ofrece con la madurez de la fruta
para deleite de una boca
que ya no ansía degustar otro manjar.
Qué duro el ascenso hacia esa cumbre,
a menos que un motivo excelso
justifique el esfuerzo,
a menos que se apriete en el puño
el corazón
de una Dido,
de una Isolda,
de una Julieta,
de una Francesca.
Qué duro hacer del amor
la única causa digna de la muerte
o, si no, vivir con la muerte domesticada
de la rutina.
(Mayte Llera, Dalianegra)
Pintura: "La muerte de Francesca de Rímini y Paolo Malesta" (1870), Alexandre Cabanel
Música: "Wild is the wind", Nina Simone