Franqueando la Puerta de Francia, una fuente moderna nos recibe con el alegre murmullo que produce el agua que mana, a borbotones, de sus surtidores. Esta parte de la Plaza de la Victoria ya pertenece a la medina ("madinat" en lengua árabe), el casco antiguo, de tortuoso y laberíntico trazado de la capital tunecina. Son varias las callejas que se abren en la plaza, a través de las cuales podremos penetrar en el corazón de esta ciudad dentro de la ciudad. La calle que se halla más a la izquierda de la Puerta de Francia, paralela a la muralla, es la Rue de la Comission, en la que vivió Giuseppe Garibaldi durante su estadía en Túnez. Esta calle semeja uno de nuestros rastros, con sus puestos de mercadillo repletos de especias, legumbres y verduras, ropas, objetos de uso cotidiano y baratijas varias apropiadas para la clientela local.
La Rue de la Kasba lleva directamente a la Plaza de Gobierno, con el Palacio del Primer Ministro (Dar el Bey) y otros edificios de carácter gubernamental, en el lugar del emplazamiento de la antigua kasbah. De la Plaza de la Victoria también parte la Rue Jamâa ez Zitouna, que conduce, por el camino más breve, a la Gran Mezquita del Olivo o Jamâa ez Zitouna. Esta angosta calleja central rebosa de mercancías destinadas al público turístico. Los vendedores acosan literalmente a todos los extranjeros que, a duras penas, ascienden la pendiente, pero no es muy conveniente realizar compras en esta zona, ya que al ser muy frecuentada por los turistas, los precios de salida para el regateo, son ostensiblemente más elevados y los productos de inferior calidad. Es mejor reservarse para los zocos que se encontrarán más adelante. Incluso en la localidad cercana de Sidi Bou Said (de la cual se tratará con posterioridad), tanto en las tiendas como en algunos puestos ambulantes, ofrecen artículos de categoría superior y de mejor gusto, por un coste ligeramente inferior.
La Rue Jamâa ez Zitouna da paso al Souk el Fekka o Zoco de los Frutos Secos, dedicado a la venta de pastas y dulces elaborados con tan deliciosos ingredientes. Mazapanes multicolores, con formas de pequeñas frutas y makrouds, diminutos bocaditos de hojaldre y dulce de dátil, típicos de la cuarta ciudad santa del Islam, Keirouán, se exhiben en improvisados mostradores, cubiertos de celofán para evitar el contacto de los alientos de quienes por tan exquisitos manjares suspiran.
Un antiguo café, denominado como la calle y la mezquita, "Café ez Zitouna", enorme, recubierto de floreados azulejos y frecuentado únicamente por varones, se aloja bajo la bóveda de cañón de este zoco cubierto. Allí los lugareños se toman su café turco o expresso o su té a la menta, con piñones o sin ellos o cualesquiera de las múltiples variedades de tes y cafés que ofertan y charlan animadamente mientras fuman sus narguilés o pipas de agua, cargadas con un tabaco que no es tal, aromatizado a la manzana, a la fresa…recuerdan que Túnez es y ha sido siempre un vergel, que actualmente cuenta con una producción agrícola envidiable y que en el legendario pasado, en la época de la Cartago romana, llegó a ser el granero de Roma.
Más allá, al fondo del zoco, que semeja un túnel, se halla la Gran Mezquita del Olivo (Jamâa ez Zitouna), abre de 8 a 12 h. y cierra el viernes al público no musulmán. Entrada de pago (que es necesario conservar, ya que es válida también para el resto de edificios musulmanes de la medina). La más antigua y grande de las mezquitas tunecinas, de origen omeya, levantada en el s. VIII, pero reformada y ampliada en numerosas ocasiones, por los aglabíes en el s. IX, por los ziríes en el X, por los otomanos en el XVII…Este templo musulmán es el segundo en importancia del país después de la Gran Mezquita de Keirouán, la más santa del Magreb. La Jamâa ez Zitouna fue, asimismo, la universidad más antigua de toda África, lugar donde el filósofo e intelectual Ibn Khaldún predicó sus enseñanzas. Esta actividad docente quedó interrumpida en tiempos de Habib Bourguiba, para ser retomada por orden de su sucesor, el actual presidente de la república (y dictador), Ben Alí, que accedió al poder tras un golpe de estado.
La Gran Mezquita presenta una logia de doble columnata en su fachada principal y esa galería da paso a un vasto patio, rodeado de pórticos en tres de sus lados. Los no creyentes se encuentran imposibilitados para acceder a él y han de conformarse con admirar tan hermosa obra arquitectónica desde una valla de madera. Al fondo del patio se yergue, orgulloso, el alminar o minarete, de estilo andalusí, no en vano Túnez fue país de acogida para los moriscos expulsados del nuestro durante las persecuciones de que fueron objeto por parte de los monarcas y las instituciones católicas, de entre ellas el Santo Oficio. Esta torre cuadrangular, de cuarenta y cuatro metros de altura, nos retrotrae al glorioso pasado de Al Ándalus, con sus relieves de lacerías y sus merlones rematando la terraza. El patio, por el contrario, es de estilo turco, con arcadas de medio punto peraltadas, que se sustentan sobre capiteles expoliados de las ruinas de la antigua Cartago. Del mismo lugar y de otros yacimientos arqueológicos, proceden los que decoran la impresionante sala de oración, compuesta de quince naves e iluminada con lámparas de cristal de Murano veneciano. Tampoco a ella puede acceder el público no musulmán, que ha de resignarse e imaginar el esplendor de tan portentosa estancia, coronada por la cúpula del bahou, con sus estrías de piedra bicolor.
La Gran mezquita del Olivo se encuentra rodeada por los diferentes zocos, el Souk de Attarine o Zoco de los Perfumistas, con profundas y estrechas tiendas donde el jazmín y los aromas amaderados y almizclados se funden y confunden hasta lograr la magia del perfume, encerrado en pequeños y preciosos frascos de vidrio con decoraciones de oro. Allí se ubica también la Biblioteca Nacional, un vetusto cuartel turco poblado por no menos añejos legajos procedentes de la Gran Mezquita y de las madrasas anexas: coranes y otros manuscritos árabes, poseedores del saber de su tiempo, que ahora ocupan, como habitantes inciertos, los otrora aposentos de las compañías de los temibles jenízaros.
El Souk el Trouk o Zoco de los Turcos prolonga al de los perfumistas. Techado por una elegante bóveda de ladrillo, aloja mercaderías tan dispares como los textiles, los muebles, las alfombras o la marroquinería. En él se encuentra la antigua Casa Ed Dar, ahora ocupada por un selecto anticuario, a cuyo interior se puede acceder no sólo a mirar o adquirir costosos objetos, sino también para ascender a la azotea y así poder obtener magníficas vistas sobre esta parte de la medina, al pie del minarete de la Gran Mezquita. El caserón en sí mismo también es muy interesante, con sus escaleras alicatadas con azulejos multicolores y su cocina, conservada como antaño. Sin lugar a dudas, si se busca un souvenir o un regalo con empaque y buen gusto, éste es el lugar idóneo.
A la derecha de la Gran Mezquita se abre el Souk des Libraires o Zoco de los Libreros, con el Complejo de las Tres Madrasas (o medersas), las escuelas coránicas (oficialmente no están abiertas al público, pero se permite el acceso libre y no es necesario abonar ninguna entrada, si bien hay pícaros que pretenden timar a los turistas haciéndose pasar por encargados y solicitando a cambio una propina).
La Madrasa del Palmero, así llamada por la palmera que antaño sombreaba su patio, porticado éste con columnas cuyos fustes son de mármol negro y se coronan con albugíneos capiteles también marmóreos, que recuerdan a la mezquita de Córdoba, tal es su estilo andalusí.
La siguen la Madrasa de Bachiya, con sus filigranas de yesería y sus columnas delicadas y esbeltas, que rememoran el arte nazarí de la Alhambra de Granada y la Madrasa de Slimaniya, con un patio muy similar al de la del Palmero, pero con columnas de níveos fustes y, como la primera, con dovelas alternando el blanco y el negro para ornamentación de sus arquerías.
Frente a la Madrasa del Palmero, llama la atención la puerta roja y verde del Hammam Kachachine, un establecimiento público de baños al estilo turco o árabe, apto sólo para hombres.
El Zoco de los Turcos desemboca en la Mezquita de Sidi Youssef, o de los Turcos, erigida por los otomanos que en el s. XVII deseaban contar con su propio templo dedicado al rito hanefita. En su patio se ubica la tumba o tourbet de su fundador, Youssef Dey y se remata con un alminar de sección octogonal, el primero que se levantó con esta forma en Túnez. Esta mezquita no está abierta al público no musulmán, así que sólo podrá ser contemplada desde el exterior.
Contiguo a esta mezquita se encuentra Dar el Bey o Palacio del Bey, así llamado por ser la augusta morada de los beys o gobernantes locales bajo dominio turco. Data del s. XVIII, de imponentes dimensiones y con espléndidas fachadas de piedra de color ocre dorado. Fue la sede del Gobierno en tiempos del protectorado francés y en la actualidad es la residencia del primer ministro, así como también lo ocupa el Ministerio de Asuntos Exteriores, por lo que cualquier fotografía está estrictamente prohibida.
Frente a Dar el Bey se halla el Ministerio de Finanzas, un edificio blanco con un reloj en medio que más bien parece un consistorio que otra cosa y a su lado, el Secretariado General de Gobierno. Todas estas edificaciones oficiales están enclavadas en la Place du Governement, en la parte más alta de la medina, donde antiguamente se levantaba la Alcazaba.
Volviendo atrás, descendiendo la kasbah, los zocos se abren como intrincadas rutas para alcanzar el oriente de las mil y una noches. El Zoco de las Chechias, donde el visitante podrá asistir al proceso artesanal de fabricación de estas boinas, introducidas por los inmigrantes andalusíes en el s. XVII y que hoy se exportan con ligeras variantes a países como Libia, Chad o Somalia. Son similares al fez marroquí, pero la chechia tunecina es más achatada, roja y sin borla y la chechia libia casi igual a la de Túnez, pero negra y con borla…
Un poco más allá, a la salida del Zoco de las Chechias y al lado de Dar el Bey, está el zoco que lleva su nombre: Souk el Bey. Sin bóvedas que lo cubran, sobrio y distinguido, los escaparates de sus comercios exponen joyas y orfebrería de calidad.
Continuando, se llega a la Mezquita Hammouda Pachá, del s. XVII, de pequeño tamaño, pero hermosa impronta, con arquerías ciegas y un minarete octogonal, es muy semejante a la Mezquita de los Turcos y como ella, también alberga en su patio el mausoleo de su patrono y tampoco es visitable por los no creyentes.
Retornando al Zoco el Bey y recorriéndolo de nuevo en dirección opuesta, se penetra en una callejuela cubierta que constituye el Souk el Berka o Zoco de los Esclavos. Se continúa hasta una placita, situada bajo una bóveda sujeta por seis columnas pintadas de rojo y negro alternativamente y en ese lugar es donde antaño se realizaban las ventas de esclavos, los cuales eran obligados a mostrarse subidos a una tarima. Ahora, se exhibe un pajarillo dentro de una pequeña jaula que cuelga de una de las columnas, como recordatorio de la infausta cautividad de aquellos desdichados. Salvo ese nimio detalle, ya nada recuerda la antigua función de este zoco, dedicado en la actualidad a la venta de joyas y piedras preciosas que refulgen por doquier, con tiendas de madera tallada pintadas en azul celeste.
Perpendicularmente a este zoco, se encuentra el Souk el Lefta, especializado en alfombras y mantas y cerca el Souk ed Dziria, ambos muy antiguos y con vetustas tiendas que harán las delicias de los fotógrafos aficionados a lo pintoresco. En el Zoco el Lefta hay un establecimiento llamado "El Palacio de Oriente", que también consta de una azotea muy similar a la de la Casa Ed Dar y a la que se puede subir libremente, previa solicitud a los empleados de la tienda, para obtener una buena vista panorámica de esta zona de la medina. La terraza del tejado se encuentra alicatada con antigua cerámica policromada y ornamentada con plantas como la de la casona Ed Dar, así que resulta doblemente gratificante visitarla.
En la parte inferior del Zoco el Leffa, girando a la izquierda, se llega al Souk el Koumach o Zoco de las Telas, del s. XV, que bordea el muro oeste de la Gran Mezquita y se forma por tres naves separadas por columnas pintadas en rojo y verde. Las mercancías que aquí se muestran están relacionadas sobre todo con las bodas y las ceremonias de circuncisión. Montones de detalles florales hechos con tules, gasas y sedas blancas y de tonos pastel se apilan cuidadosamente y resultan llamativos unos cestos de mimbre forrados de raso blanco acolchado, los turistas creen que son camas para gatos de lujo, pero nada más lejos de la realidad, en Túnez se trata muy bien a los mininos, pero no se llega a tanto: son cestas para portar los regalos del novio a su futura desposada.
A continuación se accede al Zoco de las Mujeres o Souk des Femmes, especializado en ropa de segunda mano y después se llega al Zoco de la Lana y al del Algodón, donde se venden ropa y joyería destinadas a las féminas autóctonas. Más arriba se halla el Zoco de los Orfebres, cuyas abigarradas y desmesuradas joyas sólo son del gusto de los orientales y además, muy a tener en cuenta es el hecho de que el oro que allí se vende, con frecuencia, es nada más que de catorce kilates.
Continuando hacía la Mezquita de Hammouda Pachá y bajando por la Rue de la Kasbah, girando después a la derecha por la Rue El Jelloud, se accede a un callejón que lleva por nombre Echemmahia, allí, en el número nueve, dentro de una casa particular, se halla la Tumba de la Princesa Aziza, con bellísimas decoraciones interiores de estuco y cerámica. Volviendo a la Rue de la Kasbah, se encuentra el Souk de Nahas o Zoco del Cobre, donde los artesanos martillean sin cesar, produciendo una alegre y rítmica melodía, las bandejas repujadas y cinceladas que habrán de servir para contener los dulces y otras delicias culinarias.
El Tourbet el Bey es el monumento funerario de los príncipes husseinitas (el de mayor envergadura de todo Túnez) y fue erigido por Alí Pachá II en el s. XVIII. (Abre de 9,30 a 16,30 h. Cierra los lunes y es preciso pagar entrada). En este mausoleo descansan, en su eterno sueño, los beys o soberanos dependientes del sultán de Turquía, sus familias e incluso alguno de sus ministros. Su exterior destaca por sus sobrias y elegantes fachadas de arenisca dorada y mármol blanco, con decoraciones florales en bajorrelieve, ribeteando las esquinas y pilastras. En la techumbre asoman varias cúpulas recubiertas de tejas verdes o simplemente encaladas, una por cada cámara funeraria. El interior sorprende por sus paredes cubiertas de cerámica naranja y amarilla, un paradójico derroche de color y alegría para honrar a los difuntos. El desorden se adueña de las cámaras sepulcrales: ora una lápida aquí, ora otra allá… sólo en la sala de los monarcas que llegaron a gobernar y sus esposas, reina cierto orden. En ella, los paramentos verticales y los pavimentos, se revisten de mármoles italianos de diversos colores y los finados reposan en el interior de grandes sarcófagos, los de los hombres con pequeñas columnillas prismáticas nimbadas por un turbante o tarbouch y los de las mujeres con placas de mármol colocadas en los extremos.
Descendiendo por la Rue Sidi Zahmoul, girando a la izquierda y bajando la Rue Sidi Kassen, girando a la derecha a la altura del número nueve, se pasa bajo el arco del callejón Ben Abdallah y se llega al Museo de Artes y Tradiciones Populares, instalado en el Palacio Ben Abdallah, edificado en el s. XVIII (abre de 9,30 a 16,30. Cierra lunes. Entrada de pago). El edificio palacial cuenta con un hermoso patio interior, de mármol blanco, porticado con columnas de este mismo material y color y estucado con atauriques y lacerías. Un zócalo de cerámica policromada le proporciona colorido y una fuente central, cuyo surtidor se adorna con un trío de delfines, alegría. Sobre el pórtico se alza un segundo piso, con un corredor delimitado por una balaustrada de madera pintada de azul celeste. Sin duda, se trata de un patio encantador que ilumina las estancias privadas del palacio, actualmente ocupadas por la exposición del museo: unos maniquíes, vestidos a la antigua usanza, ilustran las actividades propias de los moradores de una casa burguesa tradicional del s. XIX, ocupando los cuartos correspondientes a hombres, a mujeres o a niños, con la cocina y el baño o hammam y todos los utensilios necesarios, además de mobiliario de época, joyas o juguetes. También se muestran los oficios propios de los zocos: orfebres, tejedores, guarnicioneros y todo tipo de artesanos.
Saliendo a la Rue des Teinturiers o Calle de los Tintoreros (zoco donde se tiñen a mano los tejidos), se llega enseguida a la Rue el M'Bazaa, donde se encuentra el Dar Othman, un caserón del s. XVI hecho edificar por el bey Othman, que se enriqueció por su relación con los raís o corsarios musulmanes (antiguos esclavos europeos convertidos al Islam). El palacio es de dimensiones modestas, pero posee un pequeño patio ajardinado encantador y alberga la Oficina de la Conservación de la Medina, así que su acceso es libre y gratuito.
Volviendo de nuevo a la Rue des Teinturiers , se gira a la izquierda por la Rue del Trèsor y la Rue el Karchani, preciosas calles jalonadas de puertas azul turquesa adornadas con clavos, idénticas a las típicas de la idílica localidad de Sidi Bou Said. Se ha de continuar subiendo hasta llegar a la Rue Andalous, la más bella vía de toda la medina, con esbeltos arcos de herradura, que dan paso a residencias aristocráticas que rememoran el pasado andalusí de este rincón, cobijo de los inmigrantes adinerados que fueron expulsados por la intolerancia española de la época. Sin duda, es un sitio calmo y tranquilo, donde los numerosos gatos que pululan por toda la medina, se prestan a dormitar en cualquier parte, haciendo suyo el lugar, como si de su feudo se tratase.
Subiendo desde la Rue Andalous, a su izquierda, se arriba a la Plaza del Castillo y se accede al Dar Hussein, un palacio del s. XVIII que ostenta la fama de ser el más hermoso de todo Túnez. Hoy en día sus dependencias acogen el Instituto Nacional de Arqueología y Artes y no está abierto al público, pero el visitante puede pasar sin problemas al patio de mármol blanco, con azulejería de Kallaline y filigranas de estuco, que da paso a otro de menor tamaño en el que luce un cuidado jardín, reflejo mundano del paraíso perdido.
En la periferia de la medina se encuentra la Mezquita de Sidi Mahrez, del s. XVII, de influencia otomana, con sus cúpulas blancas que destacan sobre el azul intenso del cielo. Consta de un patio un tanto angosto con forma de L y una gran sala de oración. Esta mezquita ha sido objeto de una remodelación tan exhaustiva que es muy criticada por parte de los expertos. Frente a ella, al otro lado de la calle, está la Zawilla de Sidi Mahrez, el patrón de Túnez. En ambos lugares no se permite la entrada al público no musulmán.
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