viernes, 13 de noviembre de 2009

EL CORAZÓN DEL TUAREG II

100_3797 Mi amada esposa Yassmine me espera en nuestra jaima para que le sirva, tan ceremoniosamente como acostumbro a hacer, el fragante té verde. Antes la he visto extraer, de un pequeño baúl, los vasitos que guarda para las ocasiones especiales. Son de vidrio coloreado en tonos muy vivos y decorados con unos ingenuos dibujos florales. Y es que hoy es un gran día: por fin ha venido a visitarnos nuestro primogénito Yussuf. El mayor de nuestros seis hijos ha llegado hace apenas unas horas, procedente de París, ciudad en la que reside desde hace muchos años. A veces nos visita en compañía de su mujer y sus dos niños, pero esta vez lo ha hecho solo y aunque pasamos pena por no ver a nuestros preciosos nietos, su sola presencia nos reconforta.
 
Todos nuestros hijos y nietos sufren una dolorosa diáspora, el exilio penoso y obligatorio de aquéllos que, por no tener, no tienen ni siquiera patria. ¡Cuán dura es la vida del desierto…! Pero cuánto más amarga y lacerante es la vida cuando no hay ni arena, ni la visión de las infinitas y serpenteantes dunas ante una paupérrima jaima…Y es que sólo hambre y miseria, y desesperación eterna, esperan a nuestro pueblo, a ese100_3565 pueblo del que nadie ya se acuerda, que parece que ni existe…al pueblo saharaui. 

Y pensar que un día fuimos amos y señores del desierto…que nada ni nadie doblegaba a los hombres y mujeres de azul, a los que vivían según sus propias leyes y conceptos, enarbolando la bandera de su libertad…Pero ahora la triste realidad nos aboca a la condición de mendigos, mendigos de tierra y pan, de arena y agua que nos permitan la supervivencia y sino…¿qué nos queda? La diáspora como única salida, el desmembramiento de nuestras familias, de nuestras tribus y clanes, de nuestra sociedad y por ende, de nuestra cultura. Toda una lección histórica de renuncias y, sobre todo, de ceguera, de ofuscada ceguera por parte del resto de la humanidad, que permite tales atropellos sin el más leve pestañeo.
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Mi amada Yassmine sabe como nadie de lo que hablo, y sabe de renuncias, porque ella hubo de renunciar a los suyos y a su tierra para seguirme, por amor, por el más puro, sublime y excelso amor de cuantos hayan existido. Y ella, una marroquí en tiempos de la Marcha Verde, tuvo que tomar partido por el bando del hombre al que amaba, en contra de las disposiciones de su familia y hubo de huir furtivamente, en plena noche, para unirse a mí.

Toda nuestra ulterior existencia en común estuvo100_3734 marcada por la guerra y las necesidades económicas. Nuestros hijos iban naciendo sin la presencia de su padre, puesto que yo comandaba una célula del Frente Polisario y sólo en contadas ocasiones podía reunirme con ella y amarla como sólo sabía amarla: en cuerpo y alma.

Fruto de aquellos esporádicos encuentros amorosos, nacían las criaturas que colmaban de felicidad nuestras austeras y severas vidas. Esos retoños a los que mi esposa criaba con denodado 100_3462sacrificio, eran el motivo que nos impulsaba a seguir, a continuar luchando, porque ellos, el fruto de nuestra ardiente pasión, eran el futuro por el que no se debía regatear ningún esfuerzo.

Y al final… ¿para qué? Tanto Yassmine como yo ya somos dos ancianos y nuestros hijos han tenido que buscarse la vida en otras latitudes, privándonos de su presencia, de su deseada compañía. Nuestra existencia no ha sido fácil, no, no lo ha sido, pero aun así, no renunciaría a ninguno de los momentos vividos al lado de mi amada, de mi hermosa hurí, de mi Yassmine…
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Ni siquiera las mil y una dificultades y vicisitudes vividas, ni el cruel e inexorable tiempo, que han arado la otrora tersa piel de mi adorada Yassmine, con la huella indeleble de decenas de profundos surcos, han podido apagar el intenso brillo de su mirada. Sus ojos aún lucen el esplendor del pasado sobre esa tenue raya de khol que, cual oscuro lindero, les infunde la profundidad de toda una vida pletórica de emoción y de entrega. Así es la mirada de mi Yassmine: deslumbrante como el fulgor de una rutilante estrella.
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Y ahora me voy a servir ese espumante té verde bajo mi humilde jaima, y a degustarlo y disfrutar de su penetrante aroma a menta, en compañía de mi muy querido hijo y de mi bien amada Yassmine, la más dulce y exquisita de las flores, que ha sido y es, en mi dilatada y penosa existencia, una eterna primavera.
100_3753 Fotografías de mi último viaje a Marruecos, verano del 2009.
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