Los astados —con su imponente
fuerza motriz—
han derribado la valla,
han devorado el sembrado.
Del arbusto
que antes crecía con vigor,
queda una raíz desnuda
—descarnada hasta la médula—
contemplando la indigencia de su reflejo
en un charco.
¿Adónde los tiempos felices,
adónde?
¿Adónde aquel amor poderoso
que hincaba mis rodillas
ante la divina llama de su altar?
¿Adónde va el río
que en el mar de mi agitación
halla su desembocadura?
Los toros van y vuelven
—rubios como el ámbar del otoño—,
clavando las pezuñas
en la hierba jugosa,
a un trote ufano y raudo
que devasta la dehesa.
¿Adónde van los toros,
adónde las tormentas?
¿Adónde va la luz
cuando la noche
alza el vuelo con sus alas de cuervo?
¿Adónde van mis manos ahora
que están yermas?
(Mayte Llera, Dalianegra)
Pintura: “Castaños”, Walter Zuluaga