martes, 28 de enero de 2014

ELLOS


Ambos se reflejan el uno en el otro,
se miran desde la cercanía de sus bisagras
y se acarician los labios
con ese terciopelo, suave y dúctil,
que es el silencio nocturno.

Entretanto,
uno de ellos hace juegos malabares
con un colgante que le pende del cuello
—quizás alguna estrella fugaz
de paso por la constelación de Orión—,
el otro observa sin emitir sonido alguno.

Son tímidos,
no se atreven a decirse
que, si pudieran,
se devorarían las bocas como fieras salvajes
hambrientas de celo,
que, si tuvieran valor,
se arrancarían las ropas a jirones,
se devastarían las pieles
en el azogue del espejo
y rodarían por la alfombra voladora
de Salomón,
mientras el viento los transportase lejos,
muy lejos.

Mayte Dalianegra

Pintura de Beata Chrzanowska
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