Habib Burguiba fue a Túnez lo que Atatürk a Turquía, pero sin las tendencias fascistoides de éste. Gran modernizador, transformó en un estado laico el pequeño país de mayoría netamente musulmana. Abolió la poligamia y las mujeres alcanzaron la práctica igualdad de derechos que los hombres, si bien son ellas, realmente, quienes deciden el grado de libertad que desean disfrutar y así se ven, conjuntamente, féminas cubiertas con un recatado shador o con un más que pudoroso velo negro que apenas deja entrever sus ojos y otras ataviadas al modo occidental, incluso con camisetas ceñidas y hasta escotadas.
La avenida principal de la capital del país, (al igual que en la mayoría de las ciudades tunecinas), lleva el nombre de este insigne estadista. Es una vía amplia, que consta de cuatro carriles para el tráfico rodado, separados por un paseo arbolado y bordeada de edificios modernistas de la época del protectorado francés y de otros de no tan bella factura, que datan de los psicodélicos años setenta. De entre los primeros destaca el hermoso Teatro Municipal, de los pocos que hay en el mundo de estilo art noveau y frente a él, el mamotreto del Hotel Hana International, en el cual pernoctamos durante nuestra estancia en Túnez. Del hotel, un antiguo cinco estrellas en los "seventies", rebajado ahora de categoría a cuatro, destacar su inmejorable ubicación y recomendar las habitaciones renovadas, que tienen un muy buen precio y son confortables. De las que aún tienen sin rehabilitar, mejor ni pensarlo, pues aunque son sensiblemente más económicas y cuentan también con aire acondicionado y minibar, presentan un mobiliario vetusto y las típicas manchas en las moquetas imposibles de eliminar. No obstante, la limpieza era correcta, salvando que lo viejo siempre aparenta sucio aun cuando no lo esté, (de ahí mi insistencia en la elección de un dormitorio con baño reformados) y el desayuno buffet era abundante y adecuado, sin embargo, se echaba a faltar la fruta, ya fuese natural o en almíbar.
Si el presupuesto del viajero fuese más holgado, la alternativa más adecuada sería la de un hotel de superior categoría o al menos, un cinco estrellas que hiciese honor a las mismas, en este caso mi recomendación se inclinaría por el Sheraton, ubicado en el Parc du Belvédère, una enorme mancha verde que ocupa una colina distante unos dos Km. del centro de la ciudad, con edificaciones opulentas que dan fe de su condición de barrio caro. De este hotel sólo puedo constatar su suntuosa recepción, ya que en ella contratamos un vehículo de alquiler con la conocida empresa AVIS, pero no es difícil adivinar el lujo con que han de estar decoradas las habitaciones, puesto que, en el pasado, nos hemos alojado en algún establecimiento de la misma cadena y es una de las habituales en cuanto al máximo lujo y confort. No obstante, un automóvil arrendado se hace innecesario en esta urbe, (nosotros lo contratamos para visitar los alrededores), puesto que el precio de los taxis es absolutamente ridículo y funcionan siempre con el taxímetro en marcha, con lo cual no hay que pactarlo previamente como es usual en los países de ámbito musulmán. El Parque del Belvédère no sólo es el pulmón de esta ciudad, más de cien hectáreas de palmeras, pinos, olivos, ficus, eucaliptos… sino que también reúne atractivos para el visitante: una laguna y un café muy frecuentado por la juventud tunecina, un parque zoológico, (abre de 9 a 18 h. y cierra los lunes, entrada de pago), el Museo de Arte Moderno, (cuya entrada es gratuita y abre todos los días) y en la cima del cerro, la Kubba, (abierto a diario, entrada libre), un pabellón del s. XVII que ha sido trasladado a este lugar desde su emplazamiento original, en un barrio de la ciudad. Con su oronda cúpula, sus atauriques y lacerías de yeso, sus gráciles arcos soportados por marmóreas columnas, sus vidrieras… sus pasillos, prestos ahora a ser recorridos por cuanto viajero pretenda gozar de las maravillosas vistas sobre la fronda que lo rodea y sobre el golfo de Túnez. Un lugar idóneo para las parejas de enamorados que podrán contemplar, desde su terraza, una idílica puesta de sol.
Y volviendo a la céntrica Avenida Habib Bourguiba, frente al hotel Hana International y al lado del teatro, existen dos establecimientos de hostelería muy aconsejables: el Café de París, con una gran terraza y un pequeño restaurante, en donde sirven alcohol a un precio moderado y a su lado, el pequeño Café del Restaurante Capitol, lugar en el que preparan enormes y sabrosas crêpes rellenas de quesos y atún para degustar en el local, en la calle o llevar, por menos de un par de míseros dinares. Ahí ya no despachan bebidas alcohólicas, como tampoco lo hacen en el restaurante homónimo, (avalado encarecidamente por la guía Routard o Trotamundos), sito en el primer piso y al que se accede independientemente desde la calle. En este modesto restaurante, pulcro y con una decoración un tanto kistch, se pueden probar los platos tunecinos más típicos, como el brick, una empanadilla grande, de hojaldre frito, que contiene siempre un huevo entero y otros ingredientes: atún, gambas…ciertamente, el más delicioso de los entrantes. También preparan un excelente cuscús de cordero o de pescado, (especie de "cocido" o puchero con sémola de trigo duro, patatas, zanahoria y los citados ingredientes proteínicos: el cordero o el pescado). El tajín tunecino no se parece en nada al marroquí, ni siquiera se presenta en el recipiente de cerámica del mismo nombre, pues este tajín es un pudin compuesto de huevos, carnes y verduras, amén de especias varias.
Otro restaurante, éste más en la línea de comida rápida, pero muy a tener en cuenta, es el "Panorama", en la acera de enfrente, caminando en dirección a la Torre de África, comúnmente llamada el "Despertador", un esbelto reloj de pie, de hierro cual mecano, que se yergue al principio de la avenida, en la otrora Plaza Afrique, que ha perdido su exótico nombre en favor del de " Du 7 Novembre". En el amplísimo "Café Panorama" tampoco se puede consumir alcohol, pero es posible degustar pizzas, pasta, crêpes, bricks, carnes, pescados, helados…por poco más dinero que en el Capitol. Y para rematar el ágape: un buen café o mejor aún, un aromático té a la menta, el más genuino sabor de Túnez.
Si lo que se pretende es almorzar o cenar en un sitio con más caché, la elección se podría decantar por el restaurante Chez Nous, situado al principio de la Rue Marseille, una bocacalle que se abre en la avenida. Es íntimo, acogedor, con "charme", y posee una pequeña terraza. Lleva abierto desde 1935 y es ideal para los mitómanos, pues ante sus mesas se han sentado personalidades y estrellas de la talla de Edith Piaf, la sempiterna reina de la canción francesa o el inefable campeón de los pesos pesados Cassius Clay, (Mohamed Alí) o uno, sino el mejor, de los futbolistas que el mundo haya podido contemplar: el "brasileiro" Pelé. Los precios no son comedidos precisamente, pero las viandas son exquisitas y se pueden regar con uno de los caldos que este país magrebí produce generosamente: buenos tintos como el viueux magon o el haut mornag o blancos como el kelibia, un moscatel delicioso. Para finalizar, nada mejor que el thibarine, un licor de vino y plantas aromáticas o la boukha, un aguardiente de higo que también se consume como aperitivo, convenientemente helado.
Desafortunadamente, el servicio no es demasiado amable, como suele ser frecuente en este tipo de establecimientos finos y "estirados", así como tampoco lo es la clientela habitual: ejecutivos y hombres de negocios.
En las cálidas noches estivales y hasta bien entrada la madrugada, la Avenida Habib Bourguiba bulle de vida con la afluencia de jóvenes, (mayoritariamente mocedad masculina), que ocupan casi la totalidad de las terrazas de cafés y restaurantes. Bellos efebos, vestidos a la última moda casual europea, que escrutan bajo la tenue luz de las farolas, a cuanta muchacha recorre las aceras. Ellas, en proporción mucho más escasa, van siempre acompañadas de otras chicas o de novios, esposos o hermanos y lucen atuendos dispares, desde unos ajustados pantalones vaqueros con la abundante y larga cabellera al viento, hasta una falda tobillera y el pañuelo cubriendo la testa, como signo de fidelidad a la sharía. La mayoría son de complexión delgada y armoniosas facciones. Resulta paradójico que algunas oculten tan agraciados rostros y tan exuberantes melenas en aras de unos preceptos religiosos ya obsoletos, como si la belleza fuese una incitación al pecado, al mal, cuando es, justamente, el más divino de los regalos.
Mezclados con el gentío que disfruta de la noche, los vendedores de jazmín recorren una y otra vez los veladores de las atestadas terrazas, ávidos de realizar alguna venta. Son individuos de avanzada edad, ataviados con casaca y pantalones blancos, chaleco rojo y tocados con una chechia blanca, (la boina o "fez" de Túnez) o chiquillos risueños y traviesos, los que, portando una bandeja de paja trenzada en una de sus manos, ofrecen con la otra su fragante mercancía a los hombres nativos o a las mujeres turistas. Y es que los varones tunecinos tienen por costumbre orlar uno de sus pabellones auditivos con una flor de jazmín y así percibir, constantemente, el dulce perfume que exhala. Como esta tradición no es vista con buenos ojos por los occidentales heterosexuales, que pueden tomarla como un signo de amaneramiento cuando no es tal, los comerciantes de tan bienoliente género lo ofertan a las féminas extranjeras, sabedores de que en nuestro mundo son quienes verdaderamente aprecian tales productos y para ello portan collares de pétalos ensartados en hilo, que mantendrán su aroma incluso después de haberse secado.
La Avenida Habib Bourguiba desemboca en la Plaza de la Independencia, donde se ubica la decimonónica Catedral de St. Vicent de Paul, de arquitectura neo-bizantina. Ante este templo católico, se yergue una estatua representando a Ibn Khaldoun, el intelectual andalusí exiliado en Túnez: sociólogo, historiador, político, científico...una de las figuras más relevantes del ingente potencial cultural del Islam bajomedieval.
Tras la plaza, la avenida se prolonga mutando su nombre por el de Francia y se halla flanqueada por inmuebles de estilo historicista de principios del pasado siglo, pintados en níveo blanco, marfil y tonalidades crema pálido, resaltando molduras y adornos que sugieren los de una tarta nupcial. Edificios y farolas remiten al París de la Belle Époque.
Al término de esta vía se encuentra la Puerta de Francia, antaño "Puerta del Mar", (Bab el Bhar), un arco triunfal de herradura, que, por su aspecto fortificado, (no en vano fue una de las puertas de la muralla que rodea la medina), recuerda la entrada a un bastión o ribat y que actúa como simbólica barrera arquitectónica entre la ciudad nueva y la ciudad antigua o kasbah, dividiendo en dos la Plaza de la Victoria.
El Mercado Central o El Galla se encuentra muy próximo a la Puerta de Francia, extramuros de la antigua muralla de la medina y comprende tiendas cubiertas donde se despachan carnes y pescados y puestos al aire libre para frutas, verduras y hortalizas, aunando colorido y ambiente popular.
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Fotografías de mi autoría