Llegas
con tu velo de noche enmohecida,
con tu daga afilada con embustes,
a cobrarte una venganza
que a mí me pertenece.
Llegas
con la mirada despojada de brillo,
con la mortaja muda de tu miseria,
a quemar la cosecha
que sembraron mis manos.
Tras los barrotes de tu frío semblante
crecen matorrales y sombras,
las mismas tinieblas
que me cercaron entonces.
Pero ya nada es igual,
mis pies recorrieron los páramos
envueltos en sangre
—huyendo furtivos
de su bautismo de brasas—
y alcanzaron la escarcha que suturó
sus heridas.
Ya nada es igual,
puedo desarmarte
y condenarte al destierro
de las calles solitarias
y de las canciones monocordes
de sílabas roídas
y, finalmente, dejarte sin aire
y apagarte
y esparcir tus cenizas.
(Mayte Llera, Dalianegra)
Pintura de Manuel Núñez
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