miércoles, 2 de marzo de 2011

A UN CARNAVAL VENECIANO


Ríe la noche bajo estrellas de fuego
—cromáticas iridiscencias tachonando
el lóbrego acerico celeste—.
Vueltas hacia la pirotecnia,
las miradas fascinadas del gentío,
como girasoles ansiando aprehender la luz.

Ríen también las plazas empedradas
y las angostas callejuelas que ciñen los palacios.
Los canales mutan su serena mansedumbre
en aras de lujuriosas mareas,
bajo el violento arrojo de las góndolas.

Ríen las máscaras limpias de semblante,
faltas de nombre, sólo ojos atisbando la carne
tras los atuendos barrocos,
intuyendo voluptuosas formas,
adivinando, como pitonisas,
protuberancias y oscuras grutas,
lamiendo de las sombras su impudicia.

Ríen hasta los gatos, como aquel azafranado
que ronroneaba con las notas de maese Vivaldi.

Ríen —y no cesan en sus risas—
las cortesanas predilectas de Casanova,
exhibiendo la insolencia de los turgentes alcores
que coronan sus talles de mirto,
la pericia de sus labios de amapola
o el vertiginoso tremolar de sus lenguas.

Ríe la risa misma,
la hilaridad manifiesta de la dicha,
engalanando de oropeles el invierno,
cubriendo de guirnaldas esos puentes
donde se cruzan el extravío y la codicia lasciva.

(Mayte Dalianegra)

Pintura: “Máscara de Venecia”, Constantin Mogilevsky

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