Ahí estás, envuelta en sedas de Oriente.
Tus pechos
son frutas melosas
(de esa selva ignota, jugosa y cálida,
que es la primera juventud)
sojuzgando el escote de un kimono.
Ahí estás, lozana mestiza
de razas tan distintas como distantes,
de razas invictas de extinciones
que rebrotan en tu carne morena y firme.
Ahí estás, con la aguerrida canana
abrazándote la cadera como la serpiente bíblica
abrazara a Eva.
Al cuello llevas el jade primigenio
nacido de pluma de quetzal,
¡cuán robustas esas cuentas
pendiendo de hilo tan frágil!
Tu sangre zapoteca borbotea
y ni siquiera las pétreas ajorcas
pueden contenerte el pulso,
mas no temblarán tus muñecas
al oprimir el percutor: te sabes hija
de una era revolucionaria
y no importan tu cojera
ni ese corsé cuyas cinchas
tatúan tu piel de sufrimiento.
Ahí estás, reverberando libertad,
agasajada por el viento manumiso
de una época de cambios y conjuras.
Libre aun cuando traicionada.
Ahí estás, Frida Kahlo,
empuñando un revólver
que el presente ha puesto en tus manos
(de una forma tan ficticia como ilícita)
para salvarte de la perfidia de las bocas.
Ahí estás, cejijunta y ambigua,
escrutándonos
desde la brevedad de un instante apresado
por el obturador de una cámara.
Ahí estás, profetizando (sapiente sibila)
el alcance de las miradas otrora
futuras, esas que disminuyen, cada vez más,
la holgada travesía del tiempo y sus centurias.
(Mayte Llera, Dalianegra)
Ilustración: fotografía antigua de Frida Kahlo con retoque digital
Música: "Labios compartidos", Maná