Agua dulce eres
para mi boca hambrienta
de la mies de la ternura.
Agua dulce
en la inmensidad
de ese desierto ardiente que son mis labios.
Agua indómita
que me entrega sus aromas montaraces
de lavanda, romero y espliego,
también del laurel de la esquiva Dafne.
Agua tras el arcoíris de tus pupilas
—gotas diamantinas
bajo la opulencia del sol estival—.
Agua precipitada en el vacío
de unas cuencas azuladas como el cielo.
Agua límpida, diáfana, pura
—blanca novicia desnuda—.
Agua que sacia mi sed voraz
de tenerte,
de ser la consorte
de tus ensoñaciones,
de disfrutar de tus placeres.
Agua que alcanza su pleamar de saliva
y aplaca apetitos recónditos.
Agua obscena y lúbrica.
(Mayte Dalianegra)
Pintura: “Cristal y agua", Miguel Avataneo