La luna
—espejo solar —
a voluntad del astro rey
se somete,
no bien las sombras
velan el dorado fulgor;
vedados su voz
y su albedrío.
Ella
—emperatriz de la noche—
no puede obedecer
otro designio
ni puede elegir
otro destino.
Ella
no puede reemplazar
a su tiránico señor
ni renunciar al vasallaje
de su brillo,
anclada eternamente
a su futuro.
Pero entre los mortales,
que bajo el blanco manto
de su luz,
yacen abandonados
al reposo nocturno,
nada ni nadie resulta
indispensable,
todo y todos
somos prescindibles,
como peones de ajedrez
que cuando uno cae,
otro lo sustituye.
Así también
el objeto de mi amor
podría mutar
de nombre y apellido,
mas me quedo aquí,
contigo.
(Mayte Llera, Dalianegra)
Pintura: “Diana como personificación de la Noche”, Anton Raphael Mengs