La ciudad era un diamante
cuyas facetas centelleaban
con el tránsito de la luz
hasta herir los ojos.
Se componía de un sinfín
de panales formados por celdillas cristalinas
que, cuando las alas calurosas de la tarde
se cernían sobre ellas,
respiraban azogue
y reverberaban el plasma solar,
convirtiéndolo en purísimo oro.
La ciudad era una diáfana transparencia
emergiendo
de entre los cimientos plomizos
de su ancestro de argamasa,
era un bosque etéreo y translúcido
donde crecían los obeliscos
de acero y vidrio
que aguijoneaban el cielo.
Era un grandioso espejo de sí misma
donde nadie se reflejaba.
(Mayte Dalianegra)
Pintura: "Mujer de azul con una guitarra" (1929), Tamara de Lempicka