lunes, 8 de agosto de 2016

ANTÍNOO


Eras carne de sol.
De sol, tu piel y tus músculos.
Tus bucles, copas de avellano
—vencidas por la brisa—
descendiendo gráciles
la ladera de tu nuca.

¿Cómo no amarte
desde el primer latido?
¿Cómo evitar
ese eclipse con su aro de fuego?

Devolvías
juventud con cada abrazo,
belleza con cada beso,
confianza con cada aprobación.

No eras nadie
y fuiste todo.
Todo para él en vida,
todo para la eternidad después.

El Nilo templó el plasma solar
de tu carne
como en una artera fragua,
y sobre su yunque líquido
te forjó de mármol
con resplandor de nieve virgen.

No eras nadie
y fuiste Osiris
y fuiste Dioniso
y fuiste un dios tracio
con tu nombre,
y brilló en la noche una constelación
con ese mismo nombre.

De ti quedó
una leyenda de amor
que aún se refleja
en el canopo de Villa Adriana.

De ti quedó
el misterio
ahogado en los meandros de un río
sagrado.

De ti quedó,
multiplicado, tu semblante impertérrito,
aguardando latente
en las salas de los museos.
Y ahora, también,
este humilde poema
entre muchos ditirambos.

(Mayte Llera, “Dalianegra”)


Foto: Antínoo como Osiris-Dioniso,  procedente de Villa Adriana (Tívoli). La escultura está ubicada actualmente en la Sala Redonda del Museo Pío Clementino. Museos Vaticanos, Ciudad del Vaticano

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Foto propia obtenida en las ruinas del canopo de Villa Adriana, en Tívoli, Roma