En el lindero de lo finito,
mis pies desnudos, como los de Isadora,
vuelan en acrobacias y fugaces piruetas,
surcan el tiempo avanzando al revés,
suspendiéndose en un remoto pretérito,
orlando mis sienes de floridas tiaras,
cubriendo mi torso con drapeados peplos.
Danzan esos pies ansiando alcanzar los cielos
con cabriolas dignas del ligero Pegaso.
Aceleran de súbito para detenerse inesperadamente,
codiciando las verdes plumas de un quetzal
o las membranosas alas de una mariposa.
En ocasiones se muestran torpes y anquilosados
como amazacotadas tortugas de jade,
pero otras veces planean y se elevan
portando la carga de mi piel y de mis huesos.
Entonces me siento ingrávida y etérea,
vaporosa y liviana como la seda.
(Mayte Dalianegra)
Pintura: “La danza”, 1856, William Adolphe Bouguereau