La nube, en su liviandad,
cuando observa —desde su excelsa atalaya—
la arena del desierto interminable,
no imprime huella alguna
sobre ella.
Mas cuando besa —con labios mórbidos
y húmedos—
los mismos granos de oro
que alfombran la vasta playa,
aguijonea con fuerza
horadando su tersura,
imprecando a cuarzos y feldespatos,
carcomiendo el satén
de ese puzzle de partículas.
La nube, en su sutileza,
pierde las formas etéreas, se licúa,
se vierte sola, más aún,
se precipita de maneras sulfurosas:
con dentelladas al aire,
con carcajadas al viento.
Y se extrema y se disuelve
como se disuelve el tiempo cuando te siento tan lejos.
(Mayte Llera, Dalianegra)
Pintura: "Vista de Delft" (1661), Johannes Vermeer