La hora dura comienza
con fiero zarpazo,
con el embate de las olas
engullendo el abrupto acantilado.
Inicia su ascenso
escalando hábilmente el minutero,
desligando la trabazón de los engranajes
de ese reloj que forma todo un hemisferio
en la concavidad del estómago.
Llega y nos cubre con su gualda arena
de playa tropical
que promete feliz asueto,
pero en realidad
es hora alumbrada
en el retorcido lomo de una duna,
allá, en un desierto infinito,
o en el albero de un ruedo
donde con feroz arrojo lidian las bestias.
Llega y nos cubre con su gualda arena
como a bivalvos
en espera de pleamares lujuriantes,
llega y ya no nos da tregua,
nos embadurna de esa esperanza
pegajosa que invita a la sonrisa necia,
para después asestarnos
el envite final en toda su crudeza.
Creíamos que sería fácil de abordar,
tanto como entornar los ojos
cuando el sol nos ciega
y reabrirlos en la oscuridad cavernaria;
mas la hora dura es así,
irónica y cáustica como esta partida
que nos desnuda y eviscera,
lacónica como el filo acerado de este adiós.
Mayte Dalianegra
Pintura de Gigino Falconi