Te buscaba
en la larga sombra del ciprés
que escuda de la fiereza del verano,
y en el arrullo de paloma
del mar calmo que lame la arena
con su lengua de cristal.
Te buscaba
y extravié mis pasos por caminos
de retorcida espina,
y vadeé ríos y escalé montañas
hasta que la noche me cubrió con su capa
de paño áspero,
y mis pies sangraron su desaliento.
Me hallaba perdida en el eco sordo
de mi confusión
y te seguía buscando,
con el necio empeño de encontrar tus huellas,
más allá de donde el horizonte
pierde su línea.
Qué ceguera, de luz ebria de distancias,
saqueó mis días,
mientras mis manos llevaban las uvas
que las tuyas habían vendimiado antes.
Qué ceguera enturbió mis ojos
hasta quemarlos,
hasta dejarlos rebosantes tras su deshielo;
mas esa agua no rebajará el recio sabor de tu vino,
que guía mis labios como las estrellas guían,
año tras año, el reencuentro con la primavera.
(Mayte Dalianegra)
Pintura: “El matrimonio Arnolfini” (1434), Jan van Eyck. National Gallery, Londres