A veces
quisiera no quererte tanto,
ni morir como el sol cuando llega
el ocaso
al cerrar la cancela del jardín prohibido.
Quisiera también
ser como las flechas veloces y audaces
que lanza Cupido,
y llegar tan presta a beber tu boca
como llega el día tras la oscura noche.
A veces quisiera no quererte
¡tanto!
pero nace en mí el oculto deseo
de ser satélite
orbitándote.
Quisiera, a veces, olvidar tus rasgos,
cegar el espejo donde veo tus ojos.
Mas ya no hay remedio,
por más que implore a dioses y a santos.
Mayte Dalianegra
Pintura: “Tristán e Isolda” (1912), John McKirdy Duncan