Algunos días
el cielo sufre un viraje repentino,
y el brocado que forman las nubes
sobre el satén cerúleo
se enturbia de grises.
La voz blanda de la brisa
no hace presagiar el aguacero,
hasta que se desboca como un garañón
y muda en vendaval.
Cuando eso suceda, mi amor,
y la tormenta nos alcance
con su guirnalda de látigos,
emprendamos carrera en pos de cobijo,
busquemos la guarida
que haya resistido los embates del barro,
la que conserve en su lecho
rescoldos y humo.
Y si el cielo horada
nuestro asilo con flechas de vidrio,
y un mar embravecido nos espera,
que un golpe de timón nos salve del naufragio,
y que tus ojos enarbolen alas de paloma.
(Mayte Llera, Dalianegra)
Pintura: "La despedida" (1892), Alfred Guillou