A mí me gustaría por el lujo de disfrutar tus dones,
visitarte en los sitios de luz por los que pasas,
de mil y muchas más habitaciones.
Andar sus galerías y terrazas,
sus hondos, comodísimos salones
y sus cosmogónicos balcones.
Oír las lentas cuerdas de guitarras,
las tripas gemidoras de chelos y violines.
Y ver cuerpos y talles y viñadoras parras,
paisajes cincelados y eglógicos confines,
hombros ebúrneos, muslos agresivos,
brazos, senos y sombras, soportales
de alcobas con rubíes ojos vivos
y mordazas sanguíneas y labiales,
trenzadas en abrazos y besos obsesivos.
¡Qué lujo! ver el tiempo clarear en sus rincones,
ver sillas con estambres, espejos y almohadones,
Los cuadros que pintaste, con manos encastradas
de colores y pastas, sueños y pinceladas.
Y un lujo que tus ojos marrón verde, melados,
golpeen mis miradas con sus luces cordiales,
quiebren líneas y círculos, perdones y pecados
batiendo en mil colores sus sombras espectrales.
Después en el ocaso tiñéndonos rosáceos,
sentar bajo glorietas nuestros tibios espacios
y hablar como si fuéramos Armando y Margarita
reviviendo por siempre su Traviata y su cita.
(Amílcar Blanco)
Pintura: "An italian lady" (Una dama italiana), Frederick Leighton (1830 - 1896)