Lamento
(lo lamento mucho)
haberte conocido,
a ti,
que haces de tu pluma
una daga,
que perviertes realidades,
que mancillas
el esplendor
de las azucenas
en aras del prejuicio.
Lamento que las agujas
del reloj
no hubiesen paralizado
su cíclico recorrido,
antes de que tus letras
viajasen en el carruaje
del improperio,
antes de que
—altivo—
mostrases la arrogancia
de quien eleva
su vuelo
sobre el corazón,
y se erige juez y verdugo.
Se quemarán tus alas
de humilde Ícaro,
por más que la soberbia
en tu ayuda acuda.
Se quemará también
tu existencia
en la anodina penumbra
de la monotonía,
como el papel
que al calor de la llama,
imprudente duerme.
Se hará justicia entonces
a los agravios
que sobre mí vertiste,
y en su retorno,
la diáfana luz diurna,
guiará, amable,
mis pasos por esta vida.
Mayte Dalianegra
Pintura: "Duelo por Ícaro" (1898), Herbert Draper