La gacela nunca piensa
que un día,
un día cualquiera,
un día sin asombros,
un día sin esquinas,
mientras pasta bajo la placidez diurna,
sentirá el cuchillo de unas fauces
germinando la envoltura de sus párpados.
Si a su mente acudiese tal pensamiento,
si la sola raíz de ese dilema asomase
sus entrañas bajo el manto dulce de la niebla,
seguro sería la inanición el motivo de su muerte,
nunca la voracidad del león.
La gacela corre inquieta
ante el menor argumento de lance,
aunque el cristal veteado y prófugo
de sus ojos no llegue a imaginar jamás
el vértigo clamoroso
de la sangre.
Al igual que la gacela,
corremos arriba y abajo
siguiendo un código tan críptico
como el de las constelaciones,
como el de las abejas.
Corremos arriba y abajo
desbrozando caminos,
desatando lazos,
proyectando haces de luz
que descubran la guarida de la sombra
y la obliguen a crujir
con un temblor huesudo.
Corremos arriba y abajo
desterrados de la seguridad del claustro,
indefensos ante la espada del miedo,
y suspiramos aliviados cuando cada noche
damos término al día,
suspiramos aliviados engullendo lotos.
(Mayte Dalianegra)
Pintura: "El león hambriento se lanza sobre el antílope" (1905), Henry Rousseau. Fundación Beyeler, Riehen, Basilea, Suiza