Noche cálida y dulce
de jazmines,
llevas el verano
en la palma de tu mano,
el misterio
en el azul de las sombras proyectadas,
la luz
en una verbena de estrellas fugaces.
Noche canicular
de madrugada perentoria,
te reflejas en ríos y lagos,
despliegas el velo del rocío
sobre el terciopelo de las rosas,
y conduces —diestra auriga—
el carro escarlata de la calima.
Noche de plata,
el fulgor nacarado de esa luna
viene a enloquecerte la mirada.
No huyas de sus rayos poderosos,
ni del afán prensil de mis falanges,
no huyas de mi pecho y de mis yemas,
pues temerosa al fin de tu deliquio,
en las uñas llevo el rastro de tu estela,
arañada tu pulida piel argéntea.
No te vayas todavía, noche mía,
permite que me hunda en tus entrañas,
que goce, que recuerde,
que me quede con tu aire y con tu esencia.
(Mayte Llera, Dalianegra)
Pintura: "La ciudad de Marlow, a orillas del Támesis", Henry Pether (1830 - 1902)