La mañana amaneció
coagulada de ansias y de nubes
plomizas,
como perros ladrando
falsas intenciones
de diluvio.
Quise ser reina
de carnaval veneciano
en pleno mes de las lluvias,
pero fui hoja trémula turbada
por los demonios de mis miedos.
Mis pasos me conducían
—uno a uno—
al colapso
de verme frente a ti,
de verte frente a mí
—por primera vez—
sin más abrigo que la verdad
hecha beso y abrazo,
hecha fuego y ola,
hecha hoguera y mar,
hecha espejo.
Y así habitaste
mi cuerpo prisionero de tu magia,
de tu cadencia,
y así saciaste también
mi hambre de vértigos,
mi hambre de tus jardines
opulentos, donde se yergue el vigoroso
tulipán.
Y así sacié tu hambre
de labios,
de amapolas rojas,
de pulposas frutas
de mi bosque inflamado y rugiente.
Las horas pisaban de puntillas,
temerosas del tiránico alarido
del reloj.
Y entonces llegó,
y entonces emergió la despedida,
y fue tan parca como perpetua.
Ya nunca olvidaré aquel abril.
La nostalgia es el único patrimonio
de quienes hemos perdido toda fe.
Mayte Dalianegra
Pintura de Renso Castaneda Zevallos