El aleteo de abeja,
imperceptible como mano de crupier,
del diminuto colibrí;
el vuelo plácido de la alondra,
cuyo lirismo celestial
alabara Shelley;
el manso de la tórtola,
sempiterna enamorada del suelo
y de sus granos;
el planeo solemne del águila
de fiero ojo de tigre
o el vértigo de los picados del halcón y del azor,
solo eran la premonición aérea
del retorno de oscuras
golondrinas
—de aquellas que aprendieron
nuestros nombres—
deseosas de anidar en mi balcón.
(Mayte Llera, Dalianegra)
Pintura: “Golondrinas” (2009), Marina Milá Figueras