lunes, 28 de abril de 2014

ROMANTICISMO


Imaginemos un pasado para algo del pasado,
para las piedras silentes que custodian
las voces de quienes acariciaron sus sólidos
tegumentos con sus secretos.

Imaginemos un pasado guardado largamente,
que nos hable
de otras auroras, de otras memorias.

Entornemos los ojos,
volvamos la mirada hacia otras eras.

Imaginemos el país de Egipto,
con sus pirámides
de sillares dorados por un sol crepuscular,
con sus pilonos majestuosos como antesala
de los templos,
con sus jeroglíficos y sus bajorrelieves,
con la verticalidad vertiginosa
de sus afilados obeliscos.

Imaginemos la Grecia clásica,
con sus columnatas estriadas y sus pórticos,
o la Roma que conmoviera al mundo
con un imperio de arcos triunfales,
o el Tahuantinsuyu de los incas,
con sus enclaves de elevada orografía planetaria,
o las ciudadelas
mayas surcadas por el vuelo del quetzal de plumas
de jade.

Imaginemos los castillos
medievales y sus adarves
almenados troquelados en el cielo,
las pagodas de tejados curvilíneos
superpuestos, con sus colosales Budas,
las cúpulas de las mezquitas de Estambul,
las doradas de las catedrales rusas y su Kremlin,
o la deslumbrante masa marmórea del Taj Mahal.

Imaginemos un pasado que insufle
aliento a todo vestigio de lo que fue orgánico
y hoy es muro pétreo.

Visitemos la cotidianidad antigua
que exponen los museos,
e imaginemos laureles
para la boca sin lengua del enigma,
mientras cerramos los párpados a la noche atroz,
al reverso oscuro.

(Mayte Dalianegra)
 
Pintura: “Interior del Templo de Abu Simbel, Egipto”, David Roberts (1796 – 1864)

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