Los versos guardan la hondonada del secreto,
escudriñando, con ojos torvos,
como de cuervo, la ocasión propicia
para salir de sus celdas.
Los versos viven solos y respiran
su propio aliento, son de la piel
del diablo
y al mismo tiempo, ángeles celestiales
de cuestionable anatomía;
y son tan tercos que no se dejan llevar
por el viento así como así,
como mucho
este los mece levemente,
pues a veces,
ni el mayor de los huracanes
puede obligarlos a desplazarse un único centímetro;
precisan entonces de un salvavidas,
de un socorrista fornido y musculoso
que les insufle el movimiento a bocanadas.
Aunque los versos son muy listos,
se las saben todas,
y de no hallarse presto el cálamo,
afilada la agudeza
de su punta, las hojas mostrarán
su lívida blancura,
desnudas de signos, desprovistas
del donaire de las letras,
y serán como aquellas otras,
hojas marchitas de árboles caducos.
Toda atención para con ellos resulta insuficiente,
pues saben cómo extinguir los acopios de tinta
en el último instante,
y cómo partir en pos de alguien,
del otro, del ajeno,
cuando acusan hartazgo de nosotros.
Así nos dejan sometidos al oprobio
y ni siquiera un conveniente soborno a las musas
podrá propiciar su ansiado regreso.
(Mayte Dalianegra)
Pintura: "Erato con su lira" (1895) John William Godward