Sírveme en cáliz lúbrico
la dulzura untuosa
que fluye de tu núcleo, furioso
hontanar de lava
candente,
locura proscrita de simiente ígnea
reclamando el arrebato de la hoguera,
y reventando en aguaceros.
Que no vean mis ojos germinar la aurora,
que no me percate del clarear del cielo,
prefiero morirme en la noche oscura
y perderme entonces
en las arboledas
de tus manos ciegas, de tu torso húmedo.
Y quemar las naves, que no han de surcar
ya nunca más mares
que ése que circunda al cabo
que emerge en tu hemisferio austral.
Mayte Dalianegra
Pintura: “Desnudo con un samovar”, 2001, Hans Laagland