El mundo
—esa esfera
que gira con inercia desmedida—
no es una más de vuestras
pertenencias. El mundo
es de las espaldas dobladas
que se yerguen rectas,
de las rectas conductas,
de la sapiencia recta.
De aquéllos
que —si no hay otro modo—
quiebran sus huesos con vítreo
rechinar de dientes,
y hienden las propias carnes,
haciendo del acero,
uno más de sus órganos.
¿Creéis que el mundo
—ahora como antes—
es vuestro? La eternidad
no aprobará por más tiempo tan prolongado
saqueo.
Los otrora
vencidos reclamarán
el resarcimiento de los siglos,
y uno a uno
—implacables—
se cobrarán tan impagable adeudo.
La sonrisa será en el futuro
una transferencia,
y los famélicos —también
sus afiladas sombras—
al fin degustarán las mieles
tras el severo ayuno impuesto.
Ignoro cómo podéis conciliar
el sueño con tan brutales
remordimientos; sin duda
el oro expoliado con ayuda de inicuos hados,
os instiga a libar las aguas del Leteo.
Vuestro secular pillaje es tinta bermeja
cebando el cálamo de la Historia.
Al albor de la noche oscura,
los ídolos que imaginasteis,
caerán con las bocas apretadas
de cuestiones sin sentencia,
mudos y sordos,
sordos y mudos
—así como fueron paridos,
a imagen y semejanza vuestra.
Ellos serán las hojas caducas
arrancadas por la violencia
de un viento nuevo, de ese ornato florido
y artificioso de las aras
donde habéis sacrificado a vuestro pueblo.
Mayte Dalianegra
Pintura de Agim Sulaj (Albania 1960)