Luchabas contra ellos,
o eso creías.
Creías también vencerles
con la supremacía de tus neuronas
deshabitadas de toda compunción.
Qué irónico destino,
bastaron dos palabras
—o quizá tres—
brotando de unos labios
desbordados de un ego superlativo
y pernicioso,
y yacías sojuzgado,
amarrado a tus captores
con sogas de saliva.
Qué irónico destino,
te anillaron el alma en eslabón continuo.
Qué irónico destino,
ya nunca serás salmón remontando
tu río.
Mayte Dalianegra
Pintura de Aydin Aghdashlou