Felicidad es una palabra
que se articula con la boca muy abierta,
transformando la garganta en un arroyo cristalino
y elevando comisuras y agudos
con pulmones de soprano.
No es fácil pronunciarla, no,
cuesta vocalizar cada una de sus sílabas,
porque cualquier repentino enfriamiento
paraliza la laringe con un carámbano
que termina por ser estalactita,
y ni siquiera el ruiseñor,
trinando indiferente a las lindes
cercadas con alambre de púas,
puede servir de ejemplo.
Resulta trabajoso incluso deletrear
signos tan escogidos,
pues se encasquillan en los labios
antes de que la lengua pueda percutirlos.
Pero
a veces la fortuna acecha,
y aletean insectos fluorescentes
en medio de la noche circular que forma la pupila,
destellos encendidos de luciérnaga
virando del rojo al verde,
del calor de la risa a la armonía,
y entonces las cejas
se levantan y alzan vuelo, y son garzas solemnes,
detrás van las mejillas, ahuecando sus lomos,
los dientes, que relucen su precioso marfil,
y la barbilla, que gira en la bisagra del cuello,
inclinándose hacia arriba y hacia atrás,
como abriendo la tapa del cofre de un tesoro.
A veces la fortuna acecha,
emboscada tras el matorral y los barrotes,
izando su bandera con la voz
de un vértigo lujurioso y transparente.
(Mayte Llera, Dalianegra)
Pintura: "Crepúsculo", Jared Joslin